¿EN QUE CREEMOS?

¿En que Creemos?

Hemos querido hacer un resumen de las las grandes doctrinas y enseñanzas que creemos en IASA en conformidad con los 39 artículos de la Fe y a nuestra fuente de autoridad suprema como es la Biblia. 

RESUMEN

Las Escrituras: Creemos que la Biblia entera, que contiene los sesenta y seis libros del Antiguo y el Nuevo Testamento, fue escrita por hombres inspirados por Dios. Como tal, es SU Palabra. En su versión original es verdad en su totalidad, y es la autoridad suprema por la cual toda conducta humana, credos, opiniones y creencias deben ser probados.

Dios: Creemos que hay un solo Dios vivo y verdadero. Él es un ser infinito, eterno e inteligente. En la unidad de Dios hay tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Las tres personas son iguales pero con distintas funciones en la gran obra de salvación de Dios.

Jesucristo: Creemos que Jesucristo, como es verdaderamente revelado en la Biblia, es el Hijo de Dios. El es Dios desde la eternidad y hasta la eternidad. Se hizo hombre a través de la encarnación. Fue concebido por el Espíritu Santo y nació de Maria Virgen. Vivió una vida perfecta, justa y sin pecado, como está escrito en los Evangelios del Nuevo Testamento. Fue muerto por crucifixión y su cuerpo fue físicamente enterrado. Al tercer día fue físicamente resucitado de los muertos. Ascendió a los Cielos y está ahora sentado en Gloria a la diestra del Padre.

Creación: Creemos que el universo entero fue creado por Dios, por medio de Jesucristo, y que el universo, es sustentado por El. Dios es soberano absoluto de toda Su creación, de manera que nada puede pasar que no esté de acuerdo con Su voluntad.

Humanidad: Creemos que Dios creo la humanidad, hombre y mujer, a su imagen. La humanidad fue creada sin pecado original para adoración de Dios y para disfrutar de una relación de compañerismo con El. Por la desobediencia voluntaria del hombre caímos de ese estado y fuimos sujetos al justo juicio de Dios. En consecuencia todos los hombres y mujeres son por naturaleza pecadores, inclinados al mal, e incapaces de recuperar u obtener justicia por sus propios medios. Viven bajo la justa condenación de Dios en enemistad hacia El y separados de Él. Después de la muerte, enfrentarán a Dios cara a cara donde recibirán, merecida y justamente, el castigo eterno y una vida eterna sin Dios.

La Provisión de Salvación: Creemos que Dios consideró todo aquello en su creación perfecta, con el fin de salvar a los hombres y mujeres del pecado y juicio, para que sean restaurados a la verdadera justicia y reconciliados para disfrutar de eterno compañerismo con El. Hombres y mujeres son salvados completamente por Dios a través de la Fe y por Su Gracia. Tal salvación es posible sólo por el trabajo mediador del Hijo de Dios. Por su muerte en la cruz, Jesucristo pagó por nuestros pecados. El se ofreció por nosotros como sustituto y representante, haciéndose pecado por nosotros, tomando Él mismo de tal manera el justo juicio de Dios que merecemos. Obedientemente se ofreció como un sacrificio por nuestros pecados para propiciar la ira de Dios contra nosotros. En virtud de su muerte, los hombres y mujeres pueden recibir el perdón de sus pecados, libertad de condenación, y una nueva vida espiritual que continuará en la eternidad.

Salvación: Creemos que la salvación, hecha posible por la obra mediadora de Jesucristo es efectiva para salvar sólo a aquellos hombres y mujeres que se arrepienten de sus pecados, y practican una verdadera fe en Jesucristo sometiéndose a El como su Amo y Señor. La salvación es otorgada libremente a quienes tienen una verdadera fe y genuino arrepentimiento La salvación no es mérito de las buenas obras.

Regeneración: Creemos que para recibir la salvación una persona debe ser regenerada o nacer nuevamente, por obra del Espíritu Santo. Sin ésta regeneración, la persona permanece bajo la condenación y poder del pecado, espiritualmente muerto e incapaz de tener un arrepentimiento verdadero y fe. El Espíritu Santo puede solamente condenar y convencer a las personas de su estado de pecado, del hecho que enfrentan el prospecto seguro del juicio eterno de Dios, y consecuentemente de su necesidad de salvación. El sólo les puede dar el entendimiento y control propio, por la obra mediadora de Jesucristo. El Espíritu Santo es asimismo el único que puede traer los hombres y las mujeres a renacer, y a una nueva vida espiritual, habilitándoles a poner fe voluntaria en Jesucristo, y este nuevo nacimiento se logra a través de la poderosa palabra de Dios. Tal fe es en si, un regalo de Dios.

Justificación: Una persona que tiene arrepentimiento genuino y verdadera fe en Jesucristo es por lo tanto, justificada ante Dios de acuerdo a su promesa. La justificación implica el recibir el perdón de Dios, un perdón certero y seguro de todos los pecados, pasados, presentes y futuros, y la atribución de la justicia perfecta de Cristo. Una persona justificada es tan aceptable a Dios como Jesucristo mismo, y es adoptada en la familia de Dios cono hijo y heredero.

La presencia del Espíritu Santo: Creemos que cuando una persona es regenerada y justificada por el arrepentimiento genuino y verdadera fe en Jesucristo, el Espíritu Santo hace su morada en ella. La presencia del Espíritu Santo en la vida de una persona regenerada trae seguridad de salvación, confianza en la adopción en la familia de Dios y le garantiza que recibirá vida eterna en el tiempo venidero.

Madurez Cristiana: Creemos que los que son regenerados, justificados y santificados, en quienes mora la presencia del Espíritu Santo son sujetos a la obra transformadora de Dios. Aunque estas personas no estarán nunca libres de pecado mientras estén en esta tierra, en la vida presente experimentarán un crecimiento progresivo en justicia y santidad. Por la presencia y poder el Espíritu Santo tomando control y dando muerte a deseos pecaminosos, sus vidas mostrarán el fruto del Espíritu y su carácter será más como el de Cristo. Aunque la salvación no es por mérito de las buenas obras, estas son siempre evidencia de una conducta piadosa que agrada a Dios.

La Cena del Señor: Creemos que la Cena del Señor es un sacramento, ya que fue instituida por Jesus mismo, en la cual los cristianos creyentes comparten juntos pan y vino para recordar la muerte y resurrección de Jesucristo, y tener comunión espiritual con Cristo. Es un signo del nuevo pacto de salvación que El inauguró, y al participar, proclamamos que El vendrá nuevamente.  La Cena del Señor debería celebrarse regularmente por los miembros de la iglesia demostrando su unión en el cuerpo de Cristo.

Del Bautismo: El Bautismo es un sacramento y signo de la profesión de fe y de la Regeneración o Renacimiento, por el cual, los que reciben rectamente el Bautismo son injertos en la familia de la Iglesia; las promesas de la remisión de los pecados, y la de nuestra Adopción como Hijos de Dios por medio del Espíritu Santo, son visiblemente señaladas y selladas; la Fe es confirmada, y la Gracia, por virtud de la oración a Dios, aumentada. El Bautismo de los niños de padres creyentes está de acuerdo con las enseñanzas del Nuevo Testamento por lo tanto adscribimos en consciencia y conviccion a este.

Bautismo en el Espíritu Santo: Creemos que cada verdadero creyente es bautizado por el Espíritu Santo en el momento en que es regenerado y traído a la verdadera fe en Jesucristo. El Espíritu Santo siempre mora en cada verdadero creyente, pero no significa que cada creyente esté lleno del Espíritu en todo momento. Todos los creyentes son llamados por Las Escrituras a asegurar que en sus vidas haya un aumento del poder, influencia y control del Espíritu Santo que mora en ellos.

La Iglesia Local: Creemos que a todos los cristianos se les demanda que se reúnan en una congregación local y que el propósito de esta es “Establecer relaciones de amor mutuo en base al patrón de la familia” con el fin de que reunidos glorifiquemos y honremos a Dios en comunión con El y los unos con los otrosUna iglesia local es una asamblea visible de individuos regenerados, organizados en unidad bajo un liderazgo calificado apropiado, quienes se reúnen para unirse en compañerismo, oración, servicio, enseñanza, instrucción y animarse mutuamente a perseverar en la fe y las buenas obras.

El Regreso de Cristo: Creemos que en un tiempo conocido sólo por Dios mismo, Jesucristo vendrá del cielo a traer a este mundo y a este tiempo a un fin. El vendrá en persona y en gran poder a buscar a toda su gente para sí. Los muertos serán levantados y todos los hombres y mujeres serán juzgados por El. Luego habrá una solemne separación. Aquellos que no han respondido al amor de Cristo, serán condenados al castigo eterno en el infierno. Aquellos que respondieron con arrepentimiento y fe y que por lo tanto han sido justificados vivirán eternamente en la presencia de Dios, reinando con Cristo en su reino.

LOS 39 ARTICULOS DE LA FE

Introducción a los 39 Artículos de Fe: Los 39 Artículos de Religión, que expresan la doctrina oficial de la Iglesia Anglicana de Chile, tomaron, para todo efecto práctico, su forma actual en el año 1571 en Inglaterra. Fueron la obra de un movimiento teológico que abrazó el enfoque bíblico de la reforma y quiso excluir enseñanzas incompatibles con la revelación bíblica provenientes tanto de la iglesia medieval como de algunas tendencias radicales de la reforma. No son un compendio pleno o sistemático de creencias, sino una declaración de la postura de la Iglesia inglesa sobre algunos de los puntos principales que fueron discutidos en aquel tiempo.

Su propósito fue mantener la unidad de la Iglesia Anglicana en Inglaterra y Gales, evitando el exceso de diversidad y fortaleciendo el común acuerdo sobre la religión verdadera. Al no haber sido revisados por más de 400 años — salvo para adecuar al contexto actual fuera de Inglaterra los art. XXXVI y XXXVII sobre las relaciones con las autoridades civiles —, los Artículos reflejan el ambiente de su época en que la polémica se desarrollaba en paralelo con el estudio crítico. Esto explica la forma severa en que se formulan algunas de las críticas contra los abusos romanos.

Por siglos desde su aprobación oficial en 1571, los ministros de la Iglesia Anglicana hicieron una declaración de asentimiento a los Artículos con ocasión de su ordenación y nombramiento a cargos pastorales. En muchas partes — provincias — de la Comunión Anglicana durante los últimos cincuenta años, la forma de asentimiento ha sido modificada a fin de que represente la aceptación general de los principios resumidos en ellos en vez de la ratificación al pie de la letra de cada afirmación específica. En Chile, se ha retenido deliberadamente una forma de asentimiento específica por considerar que ésta es un requisito de mucha importancia para la protección de una doctrina pura y sana en la Iglesia.

La lectura y el estudio de los artículos también pueden ser de mucho provecho para todos los miembros de la Iglesia para clarificar y enfatizar la enseñanza bíblica de la Iglesia Anglicana sobre los temas que se tratan.. Dicho esto, es necesario agregar que es preciso complementar sus enseñanzas para resolver cuestiones que fueron ignoradas en aquella época y algunos artículos necesitan de interpretación para hacerles relevantes para las circunstancias de hoy, p.ej. el art. XXI sobre los Concilios Generales.

En cuanto a sus énfasis principales, los Artículos pueden dividirse en la manera siguiente [Los números entre paréntesis después de cada grupo señalan algunos artículos que tienen relación especial con asuntos más pertinentes en el día de hoy]:

  1.     1-5       El Dios Trino y Uno (1, 2, 4)
  2.     6-8       La Regla de la Fe (6)
  3.     9-18     La Vida Cristiana Personal (9, 15, 18)
  4.     9-14       La Justificación
  5.     15-18     La Santificación
  6.     19-36   La Vida Cristian en la Comunidad de la Iglesia (20, 25, 28)
  7.     19-24     La Iglesia y el Ministerio
  8.     25-31     Los Sacrementos
  9.     32-36     Problemas de Disciplina en la Iglesia
  10.     37-39   Iglesia y Estado.

Gran número de nuestros artículos — 25 de ellos — son aceptados en su forma original como norma de doctrina de las Iglesias Metodistas y Metodistas Pentecostal.

El Artículo 34 contiene una declaración que es especialmente importante para el desarrollo y crecimiento de la Iglesia Anglicana en las repúblicas Sudamericanas. Enfatiza el derecho de cualquier Iglesia nacional de ordenar, modificar y dejar de usar cualquier ceremonia o rito de la Iglesia que haya sido instituido por las autoridades humanas para adecuar su culto para la edificación según sus necesidades particulares.

Artículos 1-5: El Dios Trino y Uno

Estos artículos expresan la compresión bíblica ortodoxa y tradicional de la Iglesia de la naturaleza de Dios en su carácter esencial y su perfecta manifestación en Jesucristo.

Estas declaraciones son comunes a todas las ramas de la Iglesia de Cristo, pero muchas sectas modernas enseñan ideas radicalmente diferentes acerca de Dios y niegan el fundamento básico de la fe Cristiana. Los Mormones, los Testigos de Jehová y la Ciencia Cristiana, no aceptan que Jesucristo es plenamente Dios.

Otras tendencias, como por ejemplo, los Unitarios, Sólo Jesús y el Baha’ismo niegan la personalidad y deidad plena del Espíritu Santo, mientras muchos más no aceptan la autoridad absoluta de las enseñanzas del Hijo de Dios en sus vidas.

Artículos 6-8: La regla de la fe

Estos definen la fuente fundamental y final de autoridad en cualquier asunto de religión y la ubican en la Biblia.

Esto es particularmente importante en la actualidad en América del Sur, cuando por una parte, la Iglesia Romana sigue insistiendo en su derecho absoluto a definir y expresar asuntos de la fe Cristiana, mientras que por otra parte un número creciente de personas considera que ellas mismas tienen la autoridad y derecho de escoger lo que van a creer. Lo expresan diciendo: “¡Tengo fe a mi manera!”.

Ni la iglesia ni el individuo pueden adjudicarse el saber la verdad absoluta de Dios, excepto hasta donde ambos son específicamente instruidos por la enseñanza de la Palabra de Dios y se basan firmemente en ella.

Artículos 9-18: La Vida Cristiana Personal

La Justificación (9-14):
Comenzando con la naturaleza del pecado, estos artículos enseñan que los seres humanos no pueden lograr su propia salvación. La predisposición hacia el pecado es una característica universal y fundamental de la naturaleza humana. Ponen énfasis en el hecho de que una fe viva en Jesucristo es el único camino a la salvación. Esta no puede ser jamás premio al mérito nuestro, sino que todo es el resultado del favor inmerecido de Dios hacia nosotros.

La Santificación (15-18):
El cristiano convertido y comprometido es todavía un pecador: caerá y tendrá que arrepentirse. Las buenas obras deben caracterizar el comportamiento cristiano, pero nunca pueden proveernos méritos que justifiquen nuestra salvación. La forma pastoral en que el art. XVII trata el tema complicadísimo de la predestinación es digno de elogió; pero tal vez el artículo más relevante para hoy sea el que lo sigue en que se enfatiza de nuevo que ni las buenas intenciones ni las buenas obras serán suficientes para conseguir la salvación: ésta se encuentra solamente en Cristo.

Artículos 19-36: La vida cristiana en la comunidad de la Iglesia


Su propósito fue el de clarificar la enseñanza bíblica en contraste con la enseñanza de la Iglesia de Roma por un lado y de los Anabaptistas por el otro lado. En algunos casos se hace referencia a doctrinas y prácticas específicas.

La Iglesia y el ministerio (19-24): 
En particular tratan las limitaciones de la Iglesia como institución humana que puede errar. La Iglesia organizada tiene una autoridad legítima en asuntos secundarios de gobierno y práctica de la adoración, pero tal autoridad es siempre secundaria a la Palabra de Dios. Por esta razón no puede introducir nuevas doctrinas o demandar fe en cosas que la Escritura no enseña claramente.

Una de las funciones de la Iglesia es mantener el debido orden en el ministerio y nadie debe ejercer un ministerio solamente porque él siente un llamado: este debe ser ratificado por la comunidad.

Los Sacramentos (25-31): 
Esta sección trabaja temas que eran muy controversiales. Los sacramentos dependen de la gracia de Dios por su intermedio el Señor obra en el cristiano. Queda claro que, para los anglicanos, son solamente dos los sacramentos instituidos por nuestro Señor. Además, aunque su eficacia depende de la gracia de Dios, es preciso usarlos dignamente y con fe para poder conseguir plenamente los beneficios que ellos significan. El tema de la Santa Comunión fue tan discutida que fue necesario dedicar cuatro artículos a él.

Problemas de disciplina en la Iglesia (32-36)
: No hay un tratamiento competo, sino que se define la respuesta anglicana a cinco problemas específicos: los clérigos tienen derecho a casarse; la excomunión y sus consecuencias prácticas; las tradiciones de la Iglesia; normas para doctrina sana, y la validez de las ordenaciones anglicanas.

Artículo 37-39: Iglesia y estado

Estos artículos finales ayudan a definir las distintas esferas y jurisdicciones de las autoridades civiles y eclesiásticas. Dadas las grandes diferencias entre las condiciones sociales y políticas del siglo XVI y del XXII, es la sección que necesita de más complementación que cualquier otra.

En oposición a algunos anabautistas y reformadores radicales, se consagra el derecho individual a la propiedad privada y se clarifican algunos asuntos y prácticas que pueden causar problemas a las conciencias del pueblo Cristiano: en particular el tomar las armas en defensa de su propio país y el uso de juramento en el caso de procedimientos legales.

El texto definitivo en inglés data de 1571. La versión a continuación es una traducción fiel en un estilo más contemporáneo salvo que, como es de costumbre en muchas partes de la Comunión Anglicana, la redacción de los artículos XXXVI y XXXVII ha sido modificada para adecuarlos a la situación actual de la Iglesia en América Latina [ver nota 1]. Difiere en algunos detalles del texto publicado en el Libro de Oración Común y Manual de la Iglesia Anglicana de 1973 visto que este libro contiene errores de traducción e impresión que pasaron inadvertidos en aquel momento.

Texto de los 39 Artículos del la Fe

I. De la Fe en la Santísima Trinidad

Hay un solo Dios vivo y verdadero, eterno, sin cuerpo, partes o pasiones; de infinito poder, sabiduría y bondad; el creador y conservador de todas las cosas tanto visibles como invisibles. Y en la unidad de esta naturaleza Divina hay tres personas de una misma substancia, poder y eternidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

II. Del Verbo, O del Hijo de Dios, que fue hecho Verdadero Hombre

El Hijo, que es Verbo del Padre, engendrado del Padre desde la eternidad, verdadero y eterno Dios, de una misma substancia con el Padre, tomó la naturaleza humana en el vientre de la Bienaventurada Virgen de su substancia, de modo que las dos naturalezas Divina y Humana entera y perfectamente fueron unidas en una misma persona para no ser jamás separadas, de lo que resultó un solo Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre; que verdaderamente padeció, fue crucificado, muerto y sepultado para reconciliarnos su Padre, y para ser Víctima no solamente por la culpa original, sino también por todos los pecados actuales de los hombres.

III. De La bajada de Cristo a los infiernos

Así como Cristo murió por nosotros y fue sepultado, así también debemos creer que descendió a los infiernos.

IV.  De la Resurrección de Cristo

Cristo verdaderamente resucitó de entre los muertos, y tomó de nuevo su cuerpo, con carne, huesos, y todas las cosas que pertenecen a la integridad de la naturaleza humana; con la cual él subió al Cielo, y allí está sentado hasta que vuelva a juzgar todos los hombres en el último día.

V. Del Espíritu Santo

El Espíritu Santo, procedente del Padre y del Hijo, es de una misma substancia, majestad, y gloria, con el Padre y con el Hijo, verdadero y eterno Dios.*

VI. De la suficiencia de las Santas Escrituras para salvación

La Escritura Santa contiene todas las cosas necesarias para la salvación. De modo que cualquiera cosa que ni en ella se lee ni con ella se prueba, no debe exigirse de hombre alguno que la crea como artículo de Fe, ni debe ser tenida por requisito para la salvación. Bajo el nombre de Escritura Santa entendemos aquellos libros Canónicos del Antiguo y Nuevo Testamento de cuya autoridad nunca hubo duda alguna en la Iglesia.

  • De los Nobres y Número de los Libros Canónicos
  • El Génesis El 1 Libro de las Crónicas
  • El Éxodo El 2 Libro de las Crónicas
  • Levítico El 1 Libro de Esdras
  • Números El 2 Libro de Esdras (Nehemías)
  • Deuteronomio El Libro de Ester
  • Josué El Libro de Job
  • Jueces Los Salmos
  • Ruth Los Proverbios
  • El 1 Libro de Samuel El Eclesiastés o Predicador
  • El 2 Libro de Samuel Los Cantares de Salomón
  • El 1 Libro de los Reyes Los 4 Profetas Mayores
  • El 2I Libro de los Reyes Los 12 Profetas Menores

Los otros libros (como dice san Jerónimo) los lee la Iglesia para ejemplo de vida e instrucción de las costumbres; con todo, no los aplica para establecer doctrina alguna. Tales son las siguientes:

  • El 3 Libro de Esdras Baruc el Profeta
  • El 4 Libro de Esdras El Cántico de los tres Mancebos
  • El Libro de Tobías La Historia de Susana
  • El Libro de Judit De Bel y el Dragón
  • El Resto del libro de Ester La Oración de Manasés
  • El Libro de la Sabiduría El 1 Libro de los Macabeos
  • Jesús el Hijo de Sirac El 2 Libro de los Macabeos

Recibimos y contamos por canónicos todos los Libros del Nuevo Testamento según son recibidos comúnmente.

VII. Del Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento no es contrario al Nuevo; puesto que en ambos, Antiguo y Nuevo, se ofrece vida eterna al género humano por Cristo, que es el solo mediador entre Dios y el Hombre, siendo él Dios y Hombre. Por la cual no deben ser escuchados los que se imaginan malamente que los antiguos patriarcas solamente tenían su esperanza puesta en promesas temporales. Aunque la ley de Dios dada a través de Moisés no obliga a los cristianos en lo tocante a ceremonias y ritos, ni deben recibirse necesariamente sus preceptos civiles en ningún estado; no obstante, ningún cristiano está exento de la obediencia a los preceptos que se llaman morales.

VIII. De los Credos

Los tres Credos, el Niceno, el de Atanasio, y el comúnmente llamado de los Apóstoles, deben ser admitidos y creídos enteramente, porque pueden ser probados por el testimonio muy cierto de las Santas Escrituras.

IX. Del Pecado Original o del nacimiento

El Pecado original no consiste en la imitación de Adán (como vanamente propalan los Pelagianos), sino que es el vicio y corrupción de la naturaleza de todo hombre que es engendrado naturalmente de la estirpe de Adán. Por esto el hombre dista muchísimo de la justicia original y es por su misma naturaleza inclinado al mal, de suerte que la carne siempre está contra del espíritu. Por lo tanto, toda persona que nace en este mundo merece la ira divina y la condenación. Esta infección de la naturaleza permanece aun también en los que son regenerados; por cuya causa esta inclinación de la carne (llamada en Griego phronema sarkos, que unos interpretan la sabiduría, otros la sensualidad, algunos la afección y algunos otros el deseo de la carne) no se sujeta a la ley de Dios. Y aunque no hay condenación alguna para los que creen y son bautizados, el Apóstol confiesa que la concupiscencia y mala inclinación tienen de sí mismas naturaleza de pecado.

X. Del libre albedrío

La condición del hombre después de la caída de Adán es tal, que, por su natural fuerza y buenas obras, ni puede convertirse ni prepararse a sí mismo a la fe e invocación de Dios. Por tanto no tenemos poder para hacer buenas obras gratas y aceptables a Dios, sin que la Gracia de Dios por Cristo no proceda para que tengamos buena voluntad y obre en nosotros cuando tenemos esa buena voluntad.

XI. De la justificación del hombre

Somos tenidos por justos delante de Dios solamente por el mérito de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, por la fe y no por nuestras obras o merecimientos. Por lo cual, es doctrina muy saludable y muy llena de consuelo que somos justificados solamente por la fe, como más largamente se expresa en la Homilía de la Justificación.

XII. De las buenas obras

Aunque las buenas obras que son fruto de la fe, y se siguen a la justificación, no pueden expiar nuestros pecados, ni soportar la severidad del juicio Divino; son, no obstante, gratas y aceptables a Dios en Cristo, y nacen necesariamente de una verdadera y viva fe; de manera que por ellas puede conocerse la fe viva tan evidentemente como se juzga al árbol por su fruto.

XIII. De las obras antes de la justificación

Las obras hechas antes la gracia de Cristo y de la inspiración de su Espíritu no son agradables a Dios porque no nacen de la fe en Jesucristo. Tampoco hacen a los hombres dignos de recibir la gracia ni (en lenguaje escolástico) merecen “de congruo” la gracia. Antes bien, no dudamos que tengan naturaleza de pecado, porque no son hechas como Dios ha querido y mandado que se hagan.

XIV. De las obras de supererogación

Aquellas obras voluntarias no comprendidas en los Mandamientos Divinos —llamadas obras de supererogación— no pueden enseñarse sin arrogancia e impiedad, porque por ellas los hombres declaran que no solamente rinden a Dios todo cuanto están obligados a hacer, sino que por amor suyo hacen más de lo por el deber riguroso les es requerido; siendo que Cristo claramente dice: Cuando hubiereis hecho todas las cosas que os están mandadas, decid: Siervos inútiles somos.

XV. De Cristo, el único sin pecado

Cristo en la realidad de nuestra naturaleza fue hecho semejante a nosotros en todas las cosas, excepto en el pecado, del cual fue claramente exento, tanto en su carne como en su espíritu. Vino para ser el Cordero sin mancha que quitase los pecados del mundo mediante el sacrificio de sí mismo hecho una sola vez. Como dice San Juan, no hubo en él pecado. Pero nosotros, todos los demás hombres, aunque bautizados y nacidos de nuevo en Cristo, todavía lo ofendemos en muchas cosas; y, si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.

XVI. Del pecado después del bautismo

No es pecado contra el Espíritu Santo e irremisible todo pecado mortal voluntariamente cometido después del Bautismo. Por lo cual, a los caídos en pecado después del Bautismo no debe negarse la gracia del arrepentimiento. Después de haber recibido el Espíritu Santo, nos podemos apartar de la gracia recibida y caer en pecado y, por la gracia de Dios, levantarnos de nuevo y enmendar nuestras vidas. Por lo tanto, debe condenarse a los que dicen que ya no pueden pecar mientras vivan, o los que niegan que puedan ser perdonados los que verdaderamente se arrepientan.

XVII. De la predestinación y elección

La predestinación a la vida es el eterno propósito de Dios, por el cual —antes que fuesen echados los cimientos del Mundo— Él, por su invariable consejo a nosotros oculto, decretó librar de maldición y condenación a los que eligió en Cristo de entre todos los hombres, y conducirlos por Cristo a la salvación eterna, como a vasos hechos para honor. Por lo cual, los agraciados con ese excelente beneficio de Dios son llamados según el propósito divino por su Espíritu que obra a su debido tiempo; obedecen por gracia la vocación; son justificados gratuitamente; son hechos Hijos de Dios por adopción; son hechos conforme a la imagen de su Unigénito Hijo Jesucristo; viven religiosamente en buenas obras, y finalmente llegan por la divina misericordia a la eterna felicidad.

Por un lado, la consideración piadosa de la predestinación y de nuestra elección en Cristo está llena de un dulce, suave e inefable consuelo para las personas piadosas y quienes sienten en si mismas la operación del Espíritu de Cristo, que va mortificando las obras de la carne y sus miembros terrenales y levantando su mente a las cosas elevadas y celestiales, no sólo porque establece de gran manera y confirma su fe en la salvación eterna que han de gozar por medio de Cristo, sino porque enciende también su amor ferviente hacia Dios: pero, por otro lado, para las personas curiosas y carnales que carecen del Espíritu de Cristo, el tener continuamente delante de sus ojos la sentencia de la predestinación divina es un precipicio muy peligroso, por el cual el diablo los arrastra a la desesperación o la miseria de una vida muy impura que no es menos peligrosa que la desesperación.

Además, debemos recibir las promesas divinas del modo que nos son generalmente propuestas en la Escritura Santa y en nuestro actuar seguir aquella Divina Voluntad que tenemos declarada en la palabra de Dios.

XVIII. Del obtener la salvación eterna solamente por el nombre de Cristo

Deben asimismo ser anatematizados aquellos que presumen decir que todo hombre será salvo por la ley o secta que profesa, con tal que sea diligente en conformar su vida con aquella ley y con la luz de la naturaleza. Porque la Escritura Santa nos propone sólo el nombre de Jesucristo por medio del cual únicamente han de salvarse los hombres.

XIX. De la Iglesia

La Iglesia visible de Cristo es una congregación de hombres fieles en la cual es predicada la pura Palabra de Dios y los sacramentos son debidamente administrados conforme a la institución de Cristo en todas aquellas cosas que para ellos necesariamente se requieren.

Así como las Iglesias de Jerusalén, de Alejandría y de Antioquía erraron, así también ha errado la Iglesia de Roma, no sólo en cuanto a la práctica, ritos y ceremonias; sino también en materias de fe.

XX. De la autoridad de la Iglesia

La Iglesia tiene poder para decretar ritos o ceremonias y autoridad en las controversias de fe. Sin embargo, no es lícito a la Iglesia ordenar cosa alguna contraria a la Palabra de Dios escrita, ni puede exponer un pasaje de la escritura de modo que contradiga a otro. Por lo cual, aunque la Iglesia sea testigo y custodio de los Libros Santos, sin embargo, así como no es licito decretar nada contra ellos, igualmente no debe presentar cosa alguna que no se halle en ellos para que sea creída como necesaria para la salvación.

XXI. De la autoridad de los concilios generales

No pueden congregarse Concilios Generales sin el mandamiento y autoridad de los Príncipes; y cuando están congregados, (como son una junta de hombres en la que no todos son gobernados por el Espíritu y Palabra de Dios), ellos pueden errar —y algunas veces han errado— aún en las cosas pertenecientes a Dios. Por lo cual, las cosas ordenadas por ellos como necesarias para la salvación no tienen fuerza ni autoridad, a no ser que pueda evidenciarse que fueron sacadas de las Santas Escrituras.

XXII. Del purgatorio

La doctrina romana concerniente al purgatorio, indulgencias, veneraciones y adoración, así de imágenes como de reliquias, y la invocación de los santos, es una cosa tan fútil como vanamente inventada, que no se funda sobre ningún testimonio de las Escrituras, sino más bien repugna a la Palabra de Dios.

XXIII. Del ministrar en las iglesias

No es lícito a hombre alguno tomar sobre sí el oficio de la predicación pública, o de la administración de los sacramentos de la Iglesia, sin ser antes legítimamente llamado y enviado a ejecutarlo. Debemos juzgar por legítimamente llamados y enviados los que fueron escogidos y llamados a esta obra por los hombres que tienen autoridad pública concedida por la Iglesia para llamar y enviar ministros a la viña del Señor.

XXIV. Del hablar en la iglesia en lengua que entiende el pueblo

Celebrar el culto divino en la Iglesia o administrar los sacramentos en lengua que el pueblo no entiende, es una cosa claramente repugnante a la Palabra de Dios y a la costumbre de la Iglesia primitiva.

XXV. De los sacramentos

Los sacramentos instituidos por Cristo no solamente son señales de la profesión de los Cristianos, sino más bien testimonios ciertos y signos eficaces de la Gracia y buena voluntad de Dios hacia nosotros, por las cuales obra Él invisiblemente en nosotros, y aviva no sólo nuestra fe, sino que también la fortalece y confirma.

Dos son los sacramentos ordenados por nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio, a saber: el Bautismo y la Cena del Señor.

Aquellos otros cinco comúnmente llamados sacramentos, a saber: confirmación, penitencia, orden, matrimonio y extremaunción, no deben reputarse sacramentos del Evangelio, habiendo en parte emanado de una imitación pervertida de los Apóstoles, y siendo en parte estados de vida aprobados en las Escrituras; pero que no tienen la esencia de sacramentos, como la tienen el Bautismo y la Cena del Señor, porque carecen de signo alguno visible o ceremonia ordenada de Dios.

Los sacramentos no fueron instituidos por Cristo para ser mirados o llevados en procesión, sino para que los usásemos debidamente. Solamente producen el efecto saludable en aquellos que los reciban dignamente; pero los que indignamente los reciben adquieren para sí mismos condenación, como dice san Pablo.

XXVI. Que la indignidad de los ministros no impide el efecto de los sacramentos

Aunque en la Iglesia visible están siempre los malos mezclados con los buenos, —y alguna vez los malos tengan autoridad superior en el Ministerio de la Palabra y de los sacramentos—; con todo, como no lo hacen en su propio nombre, sino en el de Cristo, administrándolos por comisión y autoridad de él, nosotros nos valemos de su ministerio debidamente, oyendo la Palabra de Dios y recibiendo los sacramentos. Ni el efecto de la institución de Cristo se frustra por su iniquidad, ni la gracia de los dones divinos se disminuye con respecto a aquellos que con fe y rectamente reciben los sacramentos que les administran; los cuales son eficaces a causa de la institución y promesa de Cristo, aunque sean administrados por los malos.

Pertenece, empero, a la disciplina de la Iglesia el que se inquiera sobre los malos ministros, que sean acusados por los que tengan conocimiento de sus crímenes; y que, hallados finalmente culpables, se disponga de ellos a través de un justo juicio.

XXVII. Del bautismo

El Bautismo no solamente es signo de profesión y nota de distinción con la que se diferencian los cristianos de los no cristianos; sino que es también signo de la regeneración, por el cual, como por instrumento, los que reciben rectamente el Bautismo son injertados en la Iglesia, las promesas de la remisión de los pecados y de nuestra adopción como Hijos de Dios por el Espíritu Santo, son visiblemente selladas, la fe es confirmada, y la gracia aumentada por virtud de la oración a Dios.

El Bautismo de niños debe conservarse enteramente en la Iglesia, como muy conforme con la institución de Cristo.

XXVIII. De la cena del Señor

La Cena del Señor no es solamente signo del amor mutuo que los cristianos deben tener entre sí; sino más bien un sacramento de nuestra redención por la muerte de Cristo: de modo que para los que recta y debidamente y con fe la reciben, el pan que partimos es la participación del cuerpo de Cristo, y del mismo modo la copa de bendición es la participación de la sangre de Cristo.

La transubstanciación —o la mutación de la substancia— del pan y del vino en la Cena del Señor, no puede probarse por las Santas Escrituras: más bien repugna a las palabras terminantes de los Libros Sagrados, trastorna la naturaleza de sacramento, y ha dado ocasión a muchas supersticiones.

El Cuerpo de Cristo se da, se toma, y se come en la Cena de un modo celestial y espiritual únicamente; y el medio por el cual el Cuerpo de Cristo se recibe y se come en la Cena es la fe.

El Sacramento de la Cena del Señor ni se reservaba, ni se llevaba en procesión, ni se elevaba, ni se adoraba, en virtud de mandamiento de Cristo.

XXIX. De los impíos; quienes no comen el cuerpo de Cristo en la cena del Señor

Los impíos y los que no tienen fe viva, aunque compriman carnal y visiblemente con sus dientes, —como dice San Agustín— el sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, no por eso son en manera alguna participantes de Cristo: antes bien, para su condenación, comen y beben el signo o sacramento de una cosa tan grande.

XXX. De las dos especies

La Copa del Señor no debe negarse a los laicos; pues que ambas partes del Sacramento del Señor, por institución y mandato de Cristo, deben administrarse igualmente a todos los cristianos.

XXXI. De la única oblación de Cristo consumada en la cruz

La oblación de Cristo hecha una sola vez, es la perfecta redención, propiciación y satisfacción por todos los pecados —tanto original como actuales— de todo el mundo. No hay otra satisfacción por los pecados, sino ésta únicamente. Y así los sacrificios de las misas —en las que se decía comúnmente que el presbítero ofrecía a Cristo en remisión de la pena o culpa por los vivos y los difuntos— son fábulas blasfemas y engaños perniciosos.

XXXII. Del matrimonio de los presbíteros

Ningún precepto de ley divina manda a los obispos, presbíteros y diáconos vivir en el estado de celibato o abstenerse del matrimonio. Al igual que a los demás cristianos, les es lícito también contraer a su discreción el estado del matrimonio, si juzgan que así les conviene mejor para la piedad.

XXXIII. Como deben evitarse las personas excomulgadas

La persona que por pública denuncia de la Iglesia es separada de la unidad de la Iglesia y debidamente excomulgada, debe ser reputada como pagana y publicana por todos los fieles, mientras por medio de penitencia no sea reconciliada públicamente y recibida en la Iglesia por un juez competente.

XXXIV. De las tradiciones de la iglesia

No es necesario que las tradiciones y ceremonias sean en todo lugar las mismas o totalmente parecidas, porque en todos los tiempos eran diversas [ver nota 3], y pueden mudarse según la diversidad de países, tiempos y costumbres, con tal que en ellas no se establezca nada contrario a la Palabra de Dios.

Cualquiera que por su privado juicio voluntaria e intencionalmente quebrante en forma manifiesta aquellas tradiciones y ceremonias de la Iglesia que no son contrarias a la Palabra de Dios y que están ordenadas y aprobadas por la autoridad pública, debe, para que teman otros hacer lo mismo, ser públicamente reprendido como perturbador del orden publico de la Iglesia, como despreciador de la autoridad del magistrado, y como alguien que vulnera las conciencias de los hermanos débiles.

Toda Iglesia particular o nacional tiene autoridad para instituir, mudar o abrogar las ceremonias o ritos eclesiásticos instituidos únicamente por la autoridad humana, con tal que todo se haga para edificación.

XXXV. De las homilías

El segundo tomo de las homilías, cuyos títulos hemos reunidos al pie de este Articulo, contiene una doctrina piadosa, saludable y necesaria para estos tiempos, e igualmente el primer tomo de las homilías publicadas en tiempo del Rey Eduardo Sexto, y por lo tanto juzgamos que deben ser leídas por los Ministros diligentemente y con claridad en las Iglesias, para que el pueblo las entienda.

Nombres de las Homilías:

  • Del recto uso de la Iglesia
  • Contra el peligro de la idolatría
  • De la reparación y aseo de las Iglesias
  • De las buenas obras; y del ayuno en primer lugar
  • Contra la glotonería y embriaguez
  • Contra el lujo excesivo de vestido
  • De la oración
  • Del lugar y tiempo de la Oración
  • Que las Oraciones públicas y los Sacramentos deben ministrarse en lengua conocida
  • De la respetuosa estima de la Palabra de Dios
  • Del hacer limosnas
  • De la Navidad de Cristo
  • De la Pasión de Cristo
  • De la Resurrección de Cristo
  • De la digna recepción del Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo
  • De los dones del Espíritu Santo
  • Para los días de rogativa
  • Del estado de matrimonio
  • Del arrepentimiento
  • Contra la ociosidad
  • Contra la rebelión

XXXVI. De la consagración de los obispos y ministros

La forma de la consagración, ordenación e institución de los Obispos, Presbíteros y Diáconos según el rito de la Iglesia de Inglaterra publicada junto con el Libro de Oración Común de 1662 contiene todas las cosas necesarias a tal consagración y ordenación y nada hay en ella que sea esencialmente supersticioso o impío; Y por tanto, quienes hayan sido consagrados u ordenados según los ritos de aquel libro o según ritos equivalentes, son y serán consagrados y ordenados recta, ordenada y lícitamente [ver nota 4].

XXXVII. La autoridad civil

El Jefe del Estado tiene autoridad suprema en su país. Él no es responsable por el Ministerio de la Palabra de Dios y los Sacramentos, sino por el gobierno justo de todos los que están encomendados a su cargo, para refrenar toda maldad y mantener el orden, y para guardar la libertad de culto de todos los ciudadanos.
Los cristianos tienen libertad para tomar las armas en el servicio de su patria [ver nota 5].

XXXVIII. Que los bienes de los cristianos no son comunes

Las riquezas y los bienes de los cristianos no son comunes en cuanto al derecho, titulo y posesión, como falsamente se jactan ciertos anabaptistas. Pero todas deben dar a los pobres liberalmente limosna de lo que poseen, según sus posibilidades.

XXXIX. Del juramento del cristiano

Así como confesamos estar prohibido a los cristianos por nuestro Señor Jesucristo, y por su apóstol Santiago, el juramento vano y temerario; así también juzgamos que la religión cristiana de ningún modo prohíbe que uno jure cuando lo exige la autoridad civil en causa de fe y caridad, con tal que esto se haga según la doctrina del Profeta, en justicia, en juicio y en verdad.

Credos Históricos

Credo de los Apóstoles

CREO EN DIOS PADRE, TODOPODEROSO CREADOR DEL CIELO Y LA TIERRA. CREO EN JESUCRISTO, SU UNIGÉNITO HIJO, NUESTRO SEÑOR QUIEN FUE CONCEBIDO POR EL ESPÍRITU SANTO, NACIDO DE LA VIRGEN MARÍA; SUFRIÓ BAJO PONCIO PILATO; FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO; DESCENDIÓ AL INFIERNO; AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS; ASCENDIÓ AL CIELO, Y SE SENTÓ A LA DERECHA DE DIOS PADRE TODOPODEROSO. DESDE ALLÍ VENDRÁ A JUZGAR A LOS VIVOS Y A LOS MUERTOS. CREO EN EL ESPÍRITU SANTO, LA SANTA IGLESIA UNIVERSAL, LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS, EL PERDÓN DE LOS PECADOS, LA RESURRECCIÓN DEL CUERPO, Y LA VIDA ETERNA. AMEN

Credo de Nicea

CREEMOS EN UN SOLO DIOS, PADRE TODOPODEROSO, CREADOR DE CIELO Y TIERRA, DE TODO LO VISIBLE E INVISIBLE. CREEMOS EN UN SOLO SEÑOR, JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS, NACIDO DEL PADRE ANTES DE TODOS LOS SIGLOS: DIOS DE DIOS, LUZ DE LUZ, DIOS VERDADERO DE DIOS VERDADERO, ENGENDRADO NO CREADO, DE LA MISMA NATURALEZA DEL PADRE, POR QUIEN TODO FUE HECHO. QUE POR NOSOTROS Y POR NUESTRA SALVACIÓN BAJÓ DEL CIELO: POR OBRA DEL ESPÍRITU SANTO SE ENCARNÓ DE MARÍA, LA VIRGEN Y SE HIZO HOMBRE. POR NUESTRA CAUSA FUE CRUCIFICADO EN TIEMPOS DE PONCIO PILATO: PADECIÓ Y FUE SEPULTADO. RESUCITÓ AL TERCER DÍA, SEGÚN LAS ESCRITURAS, SUBIÓ AL CIELO Y ESTÁ SENTADO A LA DERECHA DEL PADRE. DE NUEVO VENDRÁ CON GLORIA PARA JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS, Y SU REINO NO TENDRÁ FIN. CREEMOS EN EL ESPÍRITU SANTO, SEÑOR Y DADOR DE VIDA, QUE PROCEDE DEL PADRE Y DEL HIJO, QUE CON EL PADRE Y EL HIJO RECIBE EN UNA MISMA ADORACIÓN Y GLORIA, Y QUE HABLÓ POR LOS PROFETAS. CREEMOS EN LA IGLESIA, QUE ES UNA, SANTA, UNIVERSAL Y APOSTÓLICA. RECONOCEMOS UN SOLO BAUTISMO PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS. ESPERAMOS LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS Y LA VIDA DEL MUNDO FUTURO. AMEN

Credo de Atanasio

TODO EL QUE QUIERA SALVARSE, DEBE ANTE TODO MANTENER LA FE UNIVERSAL. EL QUE NO GUARDARE ÉSTA FE ÍNTEGRA Y PURA, SIN DUDA PERECERÁ ETERNAMENTE. Y LA FE UNIVERSAL ES ÉSTA: QUE ADORAMOS A UN SOLO DIOS EN TRINIDAD, Y TRINIDAD EN UNIDAD, SIN CONFUNDIR LAS PERSONAS, NI DIVIDIR LA SUSTANCIA. PORQUE ES UNA LA PERSONA DEL PADRE, OTRA LA DEL HIJO Y OTRA LA DEL ESPÍRITU SANTO; MAS LA DIVINIDAD DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU ES TODA UNA, IGUAL LA GLORIA, COETERNA LA MAJESTAD. ASÍ COMO ES EL PADRE, ASÍ EL HIJO, ASÍ EL ESPÍRITU SANTO. INCREADO ES EL PADRE, INCREADO EL HIJO, INCREADO EL ESPÍRITU SANTO. INCOMPRENSIBLE ES EL PADRE, INCOMPRENSIBLE EL HIJO, INCOMPRENSIBLE EL ESPÍRITU SANTO. ETERNO ES EL PADRE, ETERNO EL HIJO, ETERNO EL ESPÍRITU SANTO. Y, SIN EMBARGO, NO SON TRES ETERNOS, SINO UN SOLO ETERNO; COMO TAMBIÉN NO SON TRES INCOMPRENSIBLES, NI TRES INCREADOS, SINO UN SOLO INCREADO Y UN SOLO INCOMPRENSIBLE. ASIMISMO, EL PADRE ES DIOS, EL HIJO ES DIOS, EL ESPÍRITU SANTO ES DIOS. Y SIN EMBARGO, NO SON TRES DIOSES, SINO UN SOLO DIOS. ASÍ TAMBIÉN, SEÑOR ES EL PADRE, SEÑOR ES EL HIJO, SEÑOR ES EL ESPÍRITU SANTO. Y SIN EMBARGO, NO SON TRES SEÑORES, SINO UN SOLO SEÑOR. PORQUE ASÍ COMO LA VERDAD CRISTIANA NOS OBLIGA A RECONOCER QUE CADA UNA DE LAS PERSONAS DE POR SÍ ES DIOS Y SEÑOR, ASÍ LA RELIGIÓN CRISTIANA NOS PROHIBE DECIR QUE HAY TRES DIOSES O TRES SEÑORES. EL PADRE POR NADIE ES HECHO, NI CREADO, NI ENGENDRADO. EL HIJO ES SÓLO DEL PADRE, NO HECHO, NI CREADO, SINO ENGENDRADO. EL ESPÍRITU SANTO ES DEL PADRE Y DEL HIJO, NO HECHO, NI CREADO, NI ENGENDRADO, SINO PROCEDENTE. HAY, PUES, UN PADRE, NO TRES PADRES; UN HIJO, NO TRES HIJOS; UN ESPÍRITU SANTO, NO TRES ESPÍRITUS SANTOS. Y EN ÉSTA TRINIDAD NADIE ES PRIMERO NI POSTRERO, NI NADIE MAYOR NI MENOR; SINO QUE TODAS LAS TRES PERSONAS SON COETERNAS JUNTAMENTE Y COIGUALES. DE MANERA QUE EN TODO, COMO QUEDA DICHO, SE HA DE ADORAR LA UNIDAD EN TRINIDAD, Y LA TRINIDAD EN UNIDAD. POR TANTO, EL QUE QUIERA SALVARSE DEBE PENSAR ASÍ DE LA TRINIDAD. ADEMÁS, ES NECESARIO PARA LA SALVACIÓN ETERNA QUE TAMBIÉN CREA CORRECTAMENTE EN LA ENCARNACIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO. PORQUE LA FE VERDADERA, QUE CREEMOS Y CONFESAMOS, ES QUE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, HIJO DE DIOS, ES DIOS Y HOMBRE; DIOS, DE LA SUSTANCIA DEL PADRE, ENGRENDADO ANTES DE TODOS LOS SIGLOS; Y HOMBRE, DE LA SUSTANCIA DE SU MADRE, NACIDO EN EL MUNDO; PERFECTO DIOS Y PERFECTO HOMBRE, SUBSISTENTE DE ALMA RACIONAL Y DE CARNE HUMANA; IGUAL AL PADRE, SEGÚN SU DIVINIDAD; INFERIOR AL PADRE, SEGÚN SU HUMANIDAD. QUIEN, AUNQUE SEA DIOS Y HOMBRE, SIN EMBARGO, NO ES DOS, SINO UN SOLO CRISTO; UNO, NO POR CONVERSIÓN DE LA DIVINIDAD EN CARNE, SINO POR LA ASUNCIÓN DE LA HUMANIDAD EN DIOS; UNO TOTALMENTE, NO POR CONFUSIÓN DE SUSTANCIA, SINO POR UNIDAD DE PERSONA. PUES COMO EL ALMA RACIONAL Y LA CARNE ES UN SOLO HOMBRE, ASÍ DIOS Y HOMBRE ES UN SOLO CRISTO; EL QUE PADECIÓ POR NUESTRA SALVACIÓN, DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, RESUCITÓ AL TERCER DÍA DE ENTRE LOS MUERTOS. SUBIÓ A LOS CIELOS, ESTÁ SENTADO A LA DIESTRA DEL PADRE, DIOS TODOPODEROSO, DE DONDE HA DE VENIR A JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS. A CUYA VENIDA TODOS LOS HOMBRES RESUCITARÁN CON SUS CUERPOS Y DARÁN CUENTA DE SUS PROPIAS OBRAS. Y LOS QUE HUBIEREN OBRADO BIEN IRÁN A LA VIDA ETERNA; Y LOS QUE HUBIEREN OBRADO MAL, AL FUEGO ETERNO. ESTA ES LA FE UNIVERSAL, Y QUIEN NO LO CREA FIELMENTE NO PUEDE SALVARSE. AMEN